20 de octubre de 2014

El río

Alessandro Sanna




















Cuatro historias breves y el río que las atraviesa sacan lo mejor de la paleta del célebre ilustrador italiano, en su proyecto más íntimo y emotivo.


«Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua».
Jorge Luis Borges 















Las innumerables estampas fluviales que componen este libro narran historias de pérdida, de dolor, para retornar después la esperanza y la nueva vida, tal y como Borges contempló el paso del tiempo en su Arte poética. Un proyecto al que Alessandro Sanna ha dedicado años, tal y como él mismo explica en el epílogo, «cultivando un pedacito de mirada cada vez, en busca de resquicios de encanto sedimentados con el tiempo». Una labor de exhaustiva contemplación que recorre los estados de la naturaleza, sus luces y sombras, y que encierra una sensibilidad cromática sin parangón.

Después de más de treinta obras y de su ascenso al escalafón más alto en el panorama de la ilustración en Italia, Sanna regresa con esta recopilación de estampas coloristas, un compendio de acuarelas con las que cristaliza el tiempo para desplegarlo en cuatro historias bellísimas de tan sutiles.

En las estaciones de Sanna la vida fluye como parte del caudal de un río, con sus sobresaltos y sus calmas. El otoño trae consigo violentas inundaciones, y los tonos fríos de las tierras anegadas obligarán a sus habitantes a una diáspora no por todos obedecida. El invierno brumoso llega para contarnos la historia de un nacimiento, la esperanza que se abre paso entre el frío y la carne como sabiduría paternofilial y aprendizaje heredado. La primavera propicia la celebración del amor y despliega el contraste cromático, el choque entre los cálidos y los tonos más duros, para que el verano se abra camino y valga de escenario a la huida de un tigre, y a su posterior reconciliación con el género humano a través del arte. El mundo desprovisto de artificios, lo mundano, sirven a Sanna para dispensar su genio en un paciente goteo. Un mundo que es reflejo, porque como Borges dijo «el arte debe ser como ese espejo que nos revela nuestra propia cara».

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Tamaño: 30x22 cm; 124 pp. Cartoné;
ISBN: 978-84-9424-731-6
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4 de septiembre de 2014

La puñalada / El tango de la vuelta

Julio Cortázar



Pat Andrea (Ilustraciones)












Enrique Vila-Matas (Epílogo)

«Al quinto día lo vio seguir a Flora que iba a la tienda y todo se hizo futuro,algo como las páginas que le faltaban en esa novela abandonada boca abajo en un sofá, algo ya escrito y que ni siquiera era necesario leer porque ya estaba cumplido antes de la lectura, ya había ocurrido antes de que ocurriera en la lectura».
















La puñalada / El tango de la vuelta nace de la colaboración en 1979 entre Pat Andrea, entonces un joven pintor holandés, y el escritor argentino Julio Cortázar.
Andrea llega a Buenos Aires el 25 de marzo de 1976, un día después del golpe de estado que dio inicio a la dictadura del general Videla. La brutalidad y conmoción que vivió durante aquel tiempo le llevó a realizar, ya en Europa, una serie de treinta y cuatro dibujos cuyo obsesivo tema es la puñalada, imagen tomada también de aquel tango del mismo nombre que tocaban las orquestas porteñas.


















Con la idea de realizar un libro a partir de estas ilustraciones, Pat Andrea contacta en París con Julio Cortázar, quien queda fascinado por el trabajo de Andrea y decide regalarle un cuento: El tango de la vuelta.

















El epílogo de Enrique Vila-Matas ilumina el proceso de creación de esta obra a cuatro manos, a la vez que relata con maestría la peripecia que sufrió la edición original; publicada un día después de la muerte del escritor argentino en una limitada tirada de cuatrocientos ejemplares, y perdida posteriormente durante dieciséis años es finalmente rescatada, casi por casualidad, por la galerista Eugenia Niño en un almacén de Miami.

















La puñalada / El tango de la vuelta es una obra hasta ahora prácticamente inaccesible, creada por uno de los más destacados escritores latinoamericanos del siglo XX y uno de los artistas plásticos más representativos del neoexpresionismo.

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Tamaño: 22 x 29 cm; 96pp.; Cartoné con lomo suizo
ISBN: 978-84-9424-735-4
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Pat Andrea

La Haya, 1942














Asistió a la Real Academia de Bellas Artes de la Haya y en 1967 obtuvo el Premio Jacob Maris de dibujo. Durante la década de los setenta formó parte del grupo ABN junto a Peter Blokhuis y Walter Nobbe. En 1976, tras exponer en París, viajó por Sudamérica; dicha experiencia produjo un cambio fundamental en su trabajo, sus composiciones figurativas adquirieron mayor fuerza y tensión formal, la base clásica de su estilo se enriqueció con deformaciones muy personales y expresivas que imprimieron a su obra una inusual fuerza dramática. De regreso a Europa se instaló en París, donde conoció a Antonio Seguí. En 1979, el crítico Jean Clair lo invitó a participar junto a David Hockney, Ron B. Kitaj y Antonio López en la exposición que fundaría uno de los movimientos artísticos más importantes de la segunda mitad del siglo XX, la Nouvelle Subjectivité. En 1998 fue designado profesor en la Escuela Nacional de Bellas Artes de París. Su obra, ampliamente expuesta en todo el mundo, integra las colecciones del MoMA de Nueva York, del Centro Pompidou de París, del Museo Gemeente de La Haya, del Museo Stedelijk de Amsterdam y del Museo de Arte Moderno de Lieja. Pat Andrea ha publicado con Libros del Zorro Rojo Las flores del mal. Los poemas prohibidos (2008) de Charles Baudelaire y La puñalada / El tango de la vuelta (2014) con cuento de Julio Cortázar.

La procaz intimación

Edward Gorey



«El Demonio, de un brusco salto,
derribó a la señorita Squill desde lo alto».

















El Demonio, tan brusco e insolente cuando seduce, logra que sus mujeres se entreguen sin reservas y hagan todo el mal que les pide.




Por eso las recompensa con lo que más quiere: el Infierno. Ejemplo paradigmático del humor negro del autor, La procaz intimación fue publicado originalmente por Fantod Press en 1971.   




















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Traducción: Marcial Souto


Tamaño: 13 x 15cm; 48 pp. Cartoné con sobrecubierta
ISBN: 978-84-9424-736-1
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Edward Gorey

Boston, 1925 - Cape Cod, 2000














A los tres años y medio aprendió solo a leer; a los cinco leyó Drácula, a los siete Frankenstein y a los ocho todas las novelas de Victor Hugo.
Hizo los estudios primarios (era tan precoz que se saltó el primer año y el quinto) en la escuela activa Frances W. Parker, donde tuvo un buen profesor de dibujo. Al terminar la enseñanza secundaria asistió un semestre al Art Institute de Chicago.
En 1946, después de hacer como oficinista el servicio militar en una base del Ejército de los Estados Unidos (en el desierto de Utah), entró en Harvard, donde estudió francés y compartió habitación durante dos años con Frank O'Hara, que llegaría a ser el más célebre poeta de la Escuela de Nueva York. Desde el comienzo llamó la atención por su aspecto y por sus excentricidades. Era muy alto, llevaba el flequillo aplastado sobre la frente como un emperador romano, los dedos cargados de anillos y tenía una manera histriónica de hablar. Una amiga lo recuerda con las uñas de los pies pintadas de verde caminando descalzo por la calle.
Entre él y O'Hara, dandis extravagantes del campus, decoraron la habitación con muebles blancos de jardín y usaron una lápida de un cementerio cercano como tapa de la mesa.
A fines de los años 40, apoyados por algunos profesores de la facultad y con otros jóvenes como ellos formaron el Poets' Theater de Cambridge. Unos escribían, otros actuaban y Gorey hacía los decorados.
En 1953 se mudó a Nueva York y empezó a trabajar en la editorial Doubleday como diseñador de portadas para las reediciones de clásicos modernos: Kafka, Proust, Conrad, Gógol, e ilustrador de libros de autores tan diversos como Edward Lear, T. S. Eliot, Beckett, Virginia Woolf, Dickens, Wells, Updike. Ese año escribió, ilustró y publicó su primera obra, The Unstrung Harp.
Al principio no encontró muchos lectores. Seis editores sucesivos lo aceptaron y lo abandonaron. Decidió entonces crear su propio sello, Fantod Press, y hacer ediciones artesanales de los libros que otros no estaban dispuestos a publicar.
En 1967 Andreas Brown, gran admirador de Gorey, compró Gotham Book Mart, legendaria librería neoyorquina de Frances Seloff, y desde allí empezó a difundir su obra. No solo vendía sus libros, almanaques, pósters y objetos: le organizaba firmas y exposiciones, y le llegó a editar quince libros.
Entre 1956 y 1979, vestido con un largo abrigo de piel de mapache, zapatillas de tenis, una gruesa bufanda y un collar, asistió a todas las funciones y a muchos de los ensayos del New York City Ballet. Admiraba profundamente las ideas del coreógrafo de origen ruso George Balanchine. En 1983, privado de su principal interés cultural, decidió irse de Nueva York.
Se instaló en Cape Cod, primero en Barnstable, en la casa de unos primos donde ya había pasado algunas temporadas, y después, definitivamente, en Yarmouth Port, en una casona de dos siglos que llenó de libros, películas, muñecos, gatos (que adoraba) y objetos esféricos. Allí vivió solo hasta el final, sin dejar de escribir y dibujar y crear títeres y marionetas para pequeños teatros de la zona. Publicó en vida más de cien libros y dejó otros setenta escritos pero sin ilustrar. Quienes lo conocieron lo describen como una persona extremadamente inteligente, culta y afable. 

Texto: Marcial Souto

12 de mayo de 2014

El forastero misterioso

Mark Twain
















Atak (Ilustraciones)





















«El hombre se hizo de barro, yo mismo lo vi crear. Yo no estoy hecho de barro. El hombre es un museo de enfermedades, un hogar de impurezas; llega hoy y se va mañana; empieza como barro y se marcha como hedor; yo soy de la aristocracia de los imperecederos».

















En el año 1590, en una pequeña aldea austriaca, tres jóvenes que jugaban en el bosque se encontraron con un misterioso forastero. Cuando le preguntaron su nombre, con sencillez respondió: «Satanás».




















Novela póstuma de Mark Twain, es la mejor muestra de su narrativa sarcástica e irónica y recoge una de sus obsesiones: el sentido moral.

















Mención de Honor Bologna Ragazzi Awards (Ficción) 2013

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Traducción: Doris Rolfe
Tamaño: 19 x 26 cm; 175 pp. Rústica con solapas
ISBN: 978-84-9416-451-4
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5 de mayo de 2014

Mark Twain

Florida, Missouri, 1835 - Redding, Connecticut, 1910



La llegada al mundo de Samuel Langhorne Clemens, nombre real de Mark Twain, coincidió con la aparición del cometa Halley, que se hace visible en la tierra cada setenta y seis años, lo que le permitió al autor presentarse como un forastero incómodo y misterioso, llegado desde el espacio junto al astro. Antes de convertirse en escritor, Twain fue recadero, ayudante de herrero, aprendiz de impresor, piloto fluvial, buscador de oro y un periodista singular que cuando las noticias escaseaban, las inventaba sin remordimiento alguno.
En 1865 escribió La célebre rana saltarina del distrito de calaveras, un relato humorístico que había oído en las minas de oro de California y que le dio fama en todo el país. A partir de la popularidad adquirida se sucedieron las giras de conferencias que lo llevaron a viajar por todo Estados Unidos y Europa. Entre sus numerosas obras destacan Las aventuras de Tom Sawyer, Los diarios de Adán y Eva, y Las aventuras de Huckleberry Finn, considerada como la primera novela genuinamente norteamericana y de la que Hemingway sentenció: «antes de ella no había nada».

Atak

Fráncfort, Oder, 1967













Georg Barber toma su seudónimo, Atak, a mediados de los años ochenta, en su época punk, cuando define su estilo caracterizado por el cuestionamiento de los estereotipos y las estructuras tradicionales. Influido por la revista RAW de Art Spiegelman, fundó junto a otros dibujantes el grupo Renate que acabó convirtiéndose en una revista experimental de referencia en la escena underground alemana. En los últimos años compagina su labor como dibujante de cómic e ilustrador de libros con la de profesor de ilustración en la Universidad de Estocolmo y la Escuela Superior de arte y Diseño de Halle. 
Atak es considerado uno de los más brillantes exponentes del panorama artístico berlinés. Fuertemente atraído por la cultura pop norteamericana, su estilo original y bizarro remite al expresionismo alemán tanto como al naif de Rousseau. En El forastero misterioso, el colorido y caótico mundo de Atak recupera la imaginería de los manuscritos iluminados y de artistas fundamentales como El Bosco.

Web de Atak

El libro de la jungla

Rudyard Kipling















Józef Wilkoń (Ilustraciones)




















«Es la hora del poder y del orgullo,
garra, colmillo, zarpa, ¡todo es uno!
Oíd, oíd la llamada: ¡buena caza tengan
los que la Ley de la Jungla observan!».



Clásico contemporáneo del Premio Nobel inglés Rudyard Kipling, El libro de la jungla conjuga, desde la intensidad narrativa y la cercanía de la oralidad, la acción con las imágenes más puras de los sentidos.






















«No hay ninguna duda sobre el valor duradero de este libro, tanto para los adultos como para niños de todas las edades. Es una obra con un atractivo universal».
Harold Bloom



«El libro de la jungla es uno de mis libros favoritos y ocupa un lugar privilegiado en la biblioteca de mis recuerdos».
Ernest Hemingway























«Rudyard Kipling fue, después de Shakespeare, el único autor inglés que escribía con todo el diccionario».
Jorge Luis Borges






























Traducción: Patricia Wilson
Tamaño: 16,5 x 24 cm; 282 pp. Cartoné con sobrecubierta
ISBN: 978-84-9416-459-0
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Rudyard Kipling

Bombay, 1865 - Londres, 1936













Hijo de padres ingleses, vivió en su país natal, la India, hasta los seis años de edad. Su condición «anglo-india» —dominó por igual el hindi y el inglés— contribuyó a que las identidades mixtas y el choque de culturas se convirtieran en el centro de su escritura. Fue reconocido en su época como el sucesor de Charles Dickens, y fue admirado por T.S. Eliot y Henry James. Solitario y reservado, no dudó en rechazar en varias oportunidades el título de Caballero de la Orden del Imperio Británico y la Orden del Mérito (el mayor honor que se puede otorgar a un súbdito inglés). En 1907 se convirtió en el primer británico en recibir el Premio Nobel de Literatura —y el más joven hasta la fecha—. 
Jorge Luis Borges, citando a George Moore, dijo que Kipling era, «después de Shakespeare, el único autor inglés que escribía con todo el diccionario. Sabía administrar sin pedantería esa profusión léxica. Cada línea ha sido sopesada y limada  con lenta probidad». El libro de la jungla, su obra más perdurable, conjuga desde la intensidad narrativa y la cercanía de la oralidad, la acción con las imágenes más puras de los sentidos.

Józef Wilkoń

Bogucice, 1930



Renombrado artista polaco, Józef Wilkoń estudió pintura en la Academia de Arte e historia del arte en la Universidad Jaguelónica, ambas en Cracovia. Expuesta en museos de Europa y Asia, su obra ha sido galardonada en numerosas ocasiones, entre las que destacan el Premio nacional de Literatura Infantil Alemán (1966) y los premios recibidos en la Bienal de Ilustración de Bratislava (1969 y 1973) y en la Feria del Libro de Bolonia (1980 y 1991). Los animales siempre han ocupado un espacio privilegiado en su universo artístico, y El libro de la jungla de Rudyard Kipling es uno de sus trabajos más inspirados. «Primero has de tener claro qué quieres pintar: un hombre, un pez, un pájaro..., y conocer su apariencia. Luego, debes saber cómo corre, vuela o se arrastra. Para muchos su tarea terminaría ahí: otros van más allá y pintan la tristeza, el miedo o el coraje. Y pocos son los que llegan a pintar un aroma, el sabor de la fruta o el silencio del sueño. Quien sea capaz de hacerlo sabe la forma de ilustrar una historia en la que todo ha de ocurrir en el lugar y el momento exactos, de modo que las tensiones en el libro se desaten como en una obra de teatro».

2 de abril de 2014

El murciélago dorado

Edward Gorey

















De mirar pájaros muertos a primera bailarina.



















El murciélago dorado, uno de los libros más justamente famosos de Edward Gorey, sigue la breve y trágica vida de Maudie Splaytoe, descubierta con cinco años por madame Trepidovska, forjada con cien mil pliés en la barra, pulida en las provincias, aclamada en todas las capitales de Europa, colmada de lujos por un barón pero devota casi religiosa de la Danza, que alcanza la apoteosis con su inmortal papel en La chauve-souris dorée



















Con ilustraciones de exquisita precisión, Edward Gorey recrea el ambiente del ballet en los años veinte, los salones elegantes de los empresarios y las habitaciones inhóspitas de los artistas, las rivalidades y la gloria.




Edward Gorey (1925-2000), además de escribir e ilustrar más de cien pequeños libros cuyas primeras ediciones son ahora buscadas por coleccionistas y pagadas a precio de oro, fue un admirador fanático del New York City Ballet de George Balanchine, a quien consideraba «el mayor genio viviente de las artes». Durante veinticinco años, entre 1957 y 1982, no se perdió ni una sola función del grupo, y al morir Balanchine se fue de Nueva York. El murciélago dorado (1966), dedicado a Diana Adams, su bailarina favorita, es su homenaje a ese mundo.


















Edward Gorey tenía un extraño humor. Así describe el montaje que hizo de su propia obra. «Soy un desastre para los repartos. Cuando hicimos El murciélago dorado decidí que interpretara el papel de Maudie Splaytoe, la bailarina, un joven negro que medía uno noventa. Estuvo divertidísimo».




Elephant House, la casa de Cape Cod donde vivió desde 1983, es ahora un museo donde se exhiben muchos de sus numerosos libros y objetos artísticos. Una de las piezas más valiosas es el abrigo largo de mapache que aparece en muchos de sus dibujos y con el que solía asistir a las funciones de ballet.


















Traducción: Marcial Souto


Tamaño: 15 x 13 cm; 64 pp. Cartoné con sobrecubierta; ISBN: 978-84-9416-452-1

La leyenda del Santo Bebedor

Joseph Roth
















Pablo Auladell (Ilustraciones)



«Pero por lo que se refiere al otro, era un bebedor, o mejor dicho, un borracho. Se llamaba Andreas. Y, como muchos bebedores, vivía del azar. Hacía tiempo que no poseía doscientos francos juntos. Y quizás porque ya hacía mucho tiempo de ello, sacó un trozo de papel y el troncho de un lápiz y, a la tenue luz de una de las escasas farolas bajo uno de los puentes, apuntó la dirección de santa Teresita y la suma de doscientos francos que, desde aquella hora, le adeudaba». 




















Bajo los puentes del Sena acampa el clochard Andreas Kartak, originario, como Roth, de los confines orientales del Imperio austrohúngaro. Será allí, en las escalinatas de piedra de uno de esos puentes, donde el azar cambiará por completo su vida cuando un caballero de edad madura y bien trajeado le ofrece doscientos francos para salir de la indigencia.





















Su conciencia y honradez le impiden aceptar el dinero porque intuye que jamás podrá devolverlo. Solo la condición de restituirlos a santa Teresita de Lisieux de la iglesia de Sainte Marie des Batignolles le hará cambiar de opinión.





















El relato narra un mito urbano que se escuchaba en las tabernas parisinas de entonces, reelaborado con las mentiras que el propio Roth contaba sobre su propia vida. Es, en definitiva, la crónica íntima de un deseo, la restitución del dinero, y la imposibilidad de cumplirlo, cuando el vino, la absenta y los encuentros casuales con mujeres y viejos amigos lo impiden. La leyenda del Santo Bebedor es considerado el testamento narrativo de Joseph Roth, una parábola perversa que recoge aquella máxima del autor cuando afirmaba: «Todas las buenas ideas me vienen bebiendo».



Esta obra ha sido publicada con una
subvención del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte,
para su préstamo público en Bibliotecas Públicas, de acuerdo
con lo previsto en el artículo 37.2 de la Ley de 
Propiedad Intelectual.




Traducción: Michael Faber-Kaiser


Tamaño: 16,5 x 24 cm; 72 pp. Cartoné con sobrecubierta; ISBN:978-84-9416-456-9
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Joseph Roth

Brody, 1894 - París, 1939 














En una sencilla tumba del cementerio Thiais puede leerse un austero y granítico texto: «Escritor austríaco, muerto en París en el exilio». Allí descansa Joseph Roth, uno de los más grandes autores centroeuropeos de la primera mitad del siglo XX. Nacido en la región de Galitzia, actual Ucrania, en el seno de una familia judía, sufrió la «pérdida de la patria» desde su niñez. Hijo único, fue criado por su madre cuando su padre abandonó a la familia unos meses antes del nacimiento de Joseph. Su infancia transcurrió en medio de un constante deambular entre las casas de parientes. Durante la Primera Guerra Mundial se alistó en el ejército como voluntario. La posterior caída del Imperio de los Habsburgo provocó su exilio. Encontró refugio en Berlín, donde trabajó como periodista en el Frankfurter Zeitung. Siendo corresponsal de este periódico, viajó por las principales capitales europeas. En ese momento se convirtió al catolicismo por fidelidad al Imperio austrohúngaro, al que —pese a su desaparición— siguió considerando «la única patria que he tenido». En Alemania, la llegada del nazismo al poder forzó su peregrinaje una vez más: primero se instaló en Viena y finalmente en París. Allí malvivió en hoteles, y se dedicó a escribir en las mesas de los cafés hasta su muerte consumido por el alcohol y el delirium tremens. A su intensa actividad periodística hay que sumar una fértil obra literaria entre la que destacan sus novelas Hotel Savoy, Fuga sin fin, Job, La marcha Radetzky y La leyenda del Santo Bebedor, obra póstuma y su mejor legado literario.