Brody, 1894 - París, 1939
En una sencilla tumba del cementerio Thiais puede leerse un austero y granítico texto: «Escritor austríaco, muerto en París en el exilio». Allí descansa Joseph Roth, uno de los más grandes autores centroeuropeos de la primera mitad del siglo XX. Nacido en la región de Galitzia, actual Ucrania, en el seno de una familia judía, sufrió la «pérdida de la patria» desde su niñez. Hijo único, fue criado por su madre cuando su padre abandonó a la familia unos meses antes del nacimiento de Joseph. Su infancia transcurrió en medio de un constante deambular entre las casas de parientes. Durante la Primera Guerra Mundial se alistó en el ejército como voluntario. La posterior caída del Imperio de los Habsburgo provocó su exilio. Encontró refugio en Berlín, donde trabajó como periodista en el Frankfurter Zeitung. Siendo corresponsal de este periódico, viajó por las principales capitales europeas. En ese momento se convirtió al catolicismo por fidelidad al Imperio austrohúngaro, al que —pese a su desaparición— siguió considerando «la única patria que he tenido». En Alemania, la llegada del nazismo al poder forzó su peregrinaje una vez más: primero se instaló en Viena y finalmente en París. Allí malvivió en hoteles, y se dedicó a escribir en las mesas de los cafés hasta su muerte consumido por el alcohol y el delirium tremens. A su intensa actividad periodística hay que sumar una fértil obra literaria entre la que destacan sus novelas Hotel Savoy, Fuga sin fin, Job, La marcha Radetzky y La leyenda del Santo Bebedor, obra póstuma y su mejor legado literario.
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