Francisco Meléndez
«Toda la semana lo seguí y traté de entablar relaciones con él. Yo soy la que tuvo que hablar, porque él es tímido, pero no me importa. Parecía complacido de tenerme alrededor, y usé el sociable “nosotros” varias veces, porque él parecía halagado de verse incluido».
Desde su publicación original en 1906, Los diarios de Adán y Eva no han perdido vigencia. Su pervivencia radica en una poderosa combinación de humor y ternura: una gracia construida a base de finas ironías, un candor que recrea las más primitivas ingenuidades.
Los contrapuntos se suceden, por ejemplo:
Diario de Adán:
«Esta nueva criatura de pelo largo se entromete bastante. Siempre está merodeando y me sigue a todas partes. Eso no me gusta; no estoy habituado a la compañía. Preferiría que se quedara con los otros animales. Hoy está nublado, hay viento del este; creo que tendremos lluvia… ¿Tendremos? ¿Nosotros? ¿De dónde saqué esa palabra…? Ahora lo recuerdo: la usa la nueva criatura».
Diario de Eva:
«Toda la semana lo seguí y traté de entablar relaciones con él. Yo soy la que tuvo que hablar, porque él es tímido, pero no me importa. Parecía complacido de tenerme alrededor, y usé el sociable "nosotros" varias veces, porque él parecía halagado de verse incluido».
Para Twain, Eva es la encargada de dar nombre a las cosas, y este hecho la impone como la intelectual de la pareja. Adán, en tanto, presiente y se resigna a sus límites («La nueva criatura le da un nombre a todo lo que aparece antes de que yo pueda protestar»); ocupado más en la contemplación y ambicionando la quietud, discurre sus días en la preparación de refugios, en la obtención de alimentos, o previendo catástrofes («Ella dice que la serpiente le aconseja probar el fruto de ese árbol y dice que el resultado será una noble, bella y grandiosa educación […]. Le aconsejé que se mantuviera alejada del árbol. Dijo que no lo haría. Preveo problemas. Emigraré».)
La paternidad propicia en él nuevas incertidumbres:
«Le pusimos de nombre Caín. Ella lo recogió mientras yo estaba cazando en la ribera norte del Erie; lo recogió en el bosque, a una dos millas de nuestro refugio […]. La diferencia de tamaño lleva a la conclusión de que se trata de una nueva y diferente clase de animal, quizás un pez».
Al tiempo que Eva realiza otros hallazgos de promisoria utilidad:
«Él vino corriendo, y se detuvo y observó, y no dijo una sola palabra durante varios minutos. Luego preguntó qué era. Ay, no convenía que hiciera esa pregunta tan directa. Yo tenía que responder, y eso hice. Dije que era fuego. […] Después de una pausa, preguntó:
—¿Cómo se produjo?
Otra pregunta directa, y también tenía que tener una respuesta directa.
—Yo lo hice.
El fuego estaba viajando más y más lejos. Él llegó hasta el borde del sitio quemado, se quedó mirando y dijo:
–¿Qué es esto?
—Carbones.
Entonces levantó uno para examinarlo, pero cambió de parecer».
Como señala María Caballero Wangüemert, en Los diarios de Adán y Eva, «Twain invierte el relato bíblico donde el varón organiza la creación y nombra a los seres a imagen y semejanza divina. La mujer ha tomado el poder; Twain acusa el sufragismo norteamericano del XIX, se mueve desde los parámetros patriarcales pero, como varón, asume las incipientes críticas a la futura revolución femenina».
«Un texto –escribió Borges– es también lo que el tiempo hace de él». Leídos a más de un siglo, estos diarios del paraíso brillan aún por el ingenio de su humor incombustible.
Tamaño: 14,5 x 21,5 cm; 80 pp.; rústica con solapas
ISBN: 9788494328459
ISBN: 9788494328459
Muy recomendables Plenos de sarcasmo y humor inteligente sobre la naturaleza humana
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