«Max Aub, escritor español nacido en París, de abuelos alemanes. Sus nietos son ingleses y mexicanos.» En esas trazaron sus pasos para eludir, de exilio en exilio, las desgracias de la época que le tocó vivir.
Tras la Primera Guerra Mundial, se trasladó con su familia a Valencia, donde residió hasta el estallido de la Guerra Civil española, hecho que forzó su regreso a Francia. Allí fue denunciado por comunista, apresado y desterrado a Argelia, donde pasó meses detenido en el campo de concentración de Djelfa —su libro de poemas Diario de Djelfa da cuenta de esa marca indeleble— hasta que en 1942 pudo embarcarse hacia México. A pesar de no ser su lengua materna, siempre se reconoció en la profunda huella que le imprimió el español («Uno es de donde hace el bachillerato», decía de sí mismo), y fue esa lengua, con fuertes improntas mexicanas —no en vano, México lo albergó durante más de treinta años—, la que trabajó en su escritura. La que lo trabajó.
Los Crímenes ejemplares están signados por un potente humor negro —«ironía trágica», en palabras de Aub—, una fuerte irreverencia en cuanto a las formas y un despotismo libertario que hacen de lo grotesco una manera de leer, reír y reflexionar.
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