Londres, 1660 - 1731
La misma fatalidad que guió los pasos de Robinson Crusoe puede entreverse en los inciertos vericuetos por los que transcurrió la vida de Daniel Defoe: fue un pésimo negociante, un polémico escritor y un espía de lealtades cambiantes. Abandonó la carrera eclesiástica que su padre le había encomendado para dedicarse al comercio y realizar frecuentes viajes por Europa. Tras fracasar en los negocios —tan variopintas fueron sus inversiones como desmesuradas sus deudas—, estuvo a cargo de su propio periódico. A los sesenta años publicó su primera obra de ficción, Robinson Crusoe, que escribió en apenas dos meses. Basada en la historia real del náufrago Alexander Selkirk, fue la segunda obra más leída durante el siglo XIX (después de la Biblia). Admirado por Edgar Allan Poe y Virginia Woolf, Defoe es, para James Joyce, «el primer autor inglés que crea sin modelos literarios, sin adaptar las obras extranjeras», y por ende, el padre de la novela inglesa. Cuando regresó a Inglaterra —sueña Jorge Luis Borges— Selkirk (o Robinson) no podía olvidar aquel otro «yo» que se había quedado en la isla desierta: «¿Y cómo haré para que ese otro sepa / que estoy aquí, salvado, entre mi gente?».
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