29 de marzo de 2016

El cielo sobre Berlín

Sebastiano y Lorenzo Toma
















El cielo sobre Berlín es la obra maestra de Wim Wenders y uno de los éxitos internacionales más importantes del cine alemán. Monólogos de fuerte lirismo conforman el lenguaje poético con el que se profundizan dilemas humanos como la existencia, la finitud, la soledad o el amor. 

Un ángel se rebelará contra su fría forma de existir (que Wenders transmite en el lenguaje fílmico a través del uso del blanco y negro), conmovido por los efectos que el amor hacia una trapecista de circo encenderá en él. El vuelo perpetuo y en solitario será trocado por otro bien diferente: finito y de a dos. La experiencia humana atravesará a aquel que renuncie a ser un eterno testigo de vivencias ajenas («Mirar no es contemplar desde lo alto, es mirar a la cara, de igual a igual»), para sentir en la carne el dolor y el júbilo, el frío de la pérdida o el calor de una caricia correspondida, en el laberinto de la felicidad compartida. 


















En la película, el escenario es el Berlín de los últimos años del muro. Ciudad de escombros y de espacios vacíos, este es, empero, el territorio conquistado por la libertad. Los habitantes hacen magia entre los escombros: Wenders lo sabe y allí mismo, en un descampado fangoso, sitúa el circo en donde la trapecista surca los aires con elegancia ante la azorada mirada del ángel, que empezará a desear. 

El espacio vacío es algo tangible en este Berlín. Apropiarse del espacio —los vecinos creando huertos espontáneos que vivifiquen los baldíos; las pinturas haciendo hablar a los muros, a las paredes de los edificios— y del tiempo —el ángel asumiendo la finitud para vivir un tiempo pleno— resulta fundamental: «Entrar al río es entrar al vacío, sin la otra orilla como horizonte palpable. El río del tiempo, el río de la vida». En este sentido, el dilema —de Berlín, de la existencia del ser humano— cobra un valor imperecedero que excede el tiempo del film














Sebastiano y Lorenzo Toma actualizan la vigencia de esta hermosa obra, reescenificándola en el Berlín del presente, en donde un ángel elegirá perder su armadura y la fijeza de sus alas, para que sean las alas del deseo («Crecerán alas nuevas en el lugar de las viejas») las que guíen sus pasos hacia el destino del amor. Ese amor que, en palabras de Joseph Roth, «no nos ciega, como dice el absurdo refrán, sino que, al contrario, nos abre los ojos», y que en el lenguaje fílmico de Wenders, abre la mirada del ángel a la fiesta de los colores en el amarillo de un cartel, el azul del cielo, el rojo de un vestido.














Desde la puesta en escena, el proceso creativo de esta novela gráfica ha seguido las líneas artísticas de la película: acróbatas y actores —algunos participantes del film original— representaron las acciones que, a través de fotografías, sirvieron como modelo para el trabajo de ilustración. Este, además, reproduce en blanco y negro el lenguaje del cineasta alemán. Con ellos se entrelaza el ocre, moderado, como elemento novedoso de un Berlín ya sin muro (aunque la cicatriz, indeleble, perviva): el otoño como parte del renacer, como primavera invertida.

La aventura de vivir supone los riesgos de la existencia. La experiencia del amor abre la dimensión de otra forma de eternidad, ya sin cadenas: «Sucedió una vez y, por ende, para siempre».




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