19 de mayo de 2015

Crímenes ejemplares

Max Aub















Ricardo Liniers Siri (Ilustraciones)



«¿Usted nunca ha matado a nadie por aburrimiento, por no saber qué hacer? Es divertido».


















«No hay tantos crímenes como dicen, aunque sobran razones para cometerlos» ⎯explica Max Aub en su prólogo⎯ y además, estas no suelen ser tan oscuras como creemos. Asesinar al que en vez de comer, rumia; a quien mira al techo indiferente mientras hace el amor o matar a alguien simplemente por aburrimiento, son motivos que pueden haber cruzado la mente de cualquiera de nosotros en alguna ocasión. 



Los Crímenes ejemplares son un compendio de testimonios anónimos que muestran los razonables y al mismo tiempo disparatados motivos que llevaron a sus autores a cometerlos. En este sentido, la de Max Aub no es sino una confesión más, que abre el libro: «Me declaro culpable y no quiero ser perdonado. Estos textos —dejo constancia— no tienen segundas intenciones: puro sentimiento».      
Todos conocemos al Liniers historietista por su tira cómica Macanudo, que comenzó a publicarse en 2002 en la Argentina y que hoy en día se edita en multitud de países. Cualquiera puede identificar su estilo aparentemente ingenuo o su uso del factor sorpresa como generador del humor absurdo, pero es otro Liniers el que descubrimos en las páginas de los Crímenes ejemplares. Sin perder de vista sus técnicas de composición siempre tradicionales ⎯la tinta china y la acuarela en lugar del dibujo por ordenador⎯ ni la experimentación constante que caracteriza su producción, Liniers abandona aquí su estilo más contenido para dialogar con los rasgos esenciales de la obra de Aub, para dibujar la violencia y hacerlo con violencia, pues sus trazos rápidos como cuchillazos en una atinada bicromía de rojo y negro acompañan la serie de brevísimos textos que componen los Crímenes.

















Impregnados de un potente humor negro y una fuerte irreverencia formal, Max Aub escribió estos crímenes a lo largo de muchos años. Puesto que fue quitando y añadiendo textos, prácticamente no existen dos ediciones iguales del libro. En ellos, lo grotesco del crimen se trabaja a través de la repetición creativa, como él mismo explica: «Siempre que pude evité la monotonía, que es otro crimen». 

















Leer, reír y reflexionar son un mismo fruto que madura a través de las páginas de este libro, compuesto no solo de crímenes, sino también de secciones tan variopintas como «De suicidios» y «De gastronomía», y que hemos querido cerrar, como corresponde, con la sección «Epitafios».





Tamaño: 16,5 x 24 cm; 96 pp.; rústica con sobrecubierta
ISBN: 978-84-9432-848-0
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Max Aub

París, 1903 – México D.F., 1972












«Max Aub, escritor español nacido en París, de abuelos alemanes. Sus nietos son ingleses y mexicanos.» En esas trazaron sus pasos para eludir, de exilio en exilio, las desgracias de la época que le tocó vivir.
Tras la Primera Guerra Mundial, se trasladó con su familia a Valencia, donde residió hasta el estallido de la Guerra Civil española, hecho que forzó su regreso a Francia. Allí fue denunciado por comunista, apresado y desterrado a Argelia, donde pasó meses detenido en el campo de concentración de Djelfa —su libro de poemas Diario de Djelfa da cuenta de esa marca indeleble— hasta que en 1942 pudo embarcarse hacia México. A pesar de no ser su lengua materna, siempre se reconoció en la profunda huella que le imprimió el español («Uno es de donde hace el bachillerato», decía de sí mismo), y fue esa lengua, con fuertes improntas mexicanas —no en vano, México lo albergó durante más de treinta años—, la que trabajó en su escritura. La que lo trabajó.
Los Crímenes ejemplares están signados por un potente humor negro —«ironía trágica», en palabras de Aub—, una fuerte irreverencia en cuanto a las formas y un despotismo libertario que hacen de lo grotesco una manera de leer, reír y reflexionar.

Ricardo Liniers Siri

Buenos Aires, 1973  











Sus primeras lecturas fueron las tiras de Mafalda y de Tintín. Influenciado tempranamente por el mundo del cómic —Quino, Oesterheld y Spiegelman, entre otros—, en 2002 comenzó a publicar la tira cómica Macanudo, en la cual aparecen extraños personajes que han obtenido gran popularidad (el misterioso hombre de negro, Enriqueta y su gato Fellini, y hasta el propio Liniers, que se dibuja a sí mismo como un conejo). En 2008 estableció junto a su mujer, Angie Del Campo, La Editorial Común, dedicada a la publicación de novelas gráficas.
En 2012 Ricardo Liniers Siri recibió en Argentina el Premio Konex - Diploma al Mérito, como uno de los mejores humoristas gráficos de la década. Sus trabajos han sido traducidos a diversas lenguas, lo cual le ha valido una importante proyección artística hacia el ámbito internacional.
La afinidad de su posición artística con la de Max Aub se atestigua en su conducta intachable: Liniers nunca mató a nadie.

12 de mayo de 2015

Arthur Rackham

Londres, 1867 – Limpsfield (Surrey), 1939





















Arthur Rackham es sin duda alguna el artista británico más reconocido cuando se piensa en ilustración de cuentos infantiles clásicos. Desde comienzos del siglo XX, varias generaciones de niñas y niños han crecido con sus hermosas imágenes. Tras acabar sus estudios en la City of London School, comenzó a trabajar en una oficina de seguros, pero su interés por la ilustración lo llevó a compaginar sus obligaciones laborales con estudios de arte. Para ello, asistía a clases nocturnas en la Lambeth School of Art, donde coincidió con el destacado pintor de paisajes victorianos William Llewellyn. Fue a la edad de veinte años cuando comenzó a colaborar en Scraps y Chums, dos prestigiosas revistas de la época, y cuando la reciente fama adquirida le permitió abandonar la correduría para trabajar como ilustrador profesional. Su primera gran obra fue Rip Van Winkle (1905), de Washington Irving, donde sus imágenes lucían con un colorido y definición notables gracias a un nuevo avance tecnológico que permitía la separación de colores al imprimir. La editorial Heinemann, dirigida por Charles Seddon Evans, fue la que impulsó su carrera al encargarle una nueva colección de libros de lujo: ediciones limitadas, numeradas, impresas en papel hecho a mano y firmadas por el propio ilustrador. La Gran Guerra impidió el desarrollo de este nuevo modelo, pero Rackham, quien ya había logrado renombre internacional, decidió cruzar el Atlántico para colaborar con la emergente industria editorial de Estados Unidos. Elegido miembro de la Real Sociedad de la Acuarela, se convirtió en Maestro del Gremio de Trabajadores del Arte, y siguió ilustrando libros hasta su muerte, en 1939. Entre sus obras, destacan Peter Pan en los jardines de Kensington (1906), Alicia en el país de las maravillas (1907) y su última obra, publicada póstumamente: El viento en los sauces (1940). En 1911 la Société Nationales des Beaux-Arts celebró en París una exposición especial con sus dibujos, y le concedió una medalla de oro. 

Cenicienta y La Bella Durmiente


Charles S. Evans (Adaptación)

















Arthur Rackham (Ilustraciones)









Antonio Rodríguez Almodóvar (Prólogos)


«Y cuando sonó la duodécima campanada, su precioso vestido se transformó en harapos. Lo único que quedó de su elegante atuendo fue un zapatito de cristal que agarró y escondió con cuidado».
Cenicienta

«¿Te pincharás con un huso? —entonces que arda el huso, 
No se teje el hilo y no se mueve la rueda;
Si no hay rueda y no hay huso,
Ningún dedo se podrá pinchar»
La Bella Durmiente












De entre los muchos relatos que la oralidad ha logrado elevar a la categoría de clásicos en su paciente transcurso a lo largo de generaciones, Cenicienta y La Bella Durmiente merecen un lugar preeminente. Ambos cuentos se erigen como un legado literario indiscutible, transcrito no pocas veces y en no menos lenguas por autores que dominaron la técnica del cuento. Celebérrimas fueron las ediciones ilustradas que, entre 1919 y 1920, William Heinemann encargase a Arthur Rackham, quien ya gozaba de gran prestigio en el panorama artístico inglés. Ambas ediciones, que terminaron por consagrarle como uno de los mejores artistas plásticos del siglo XX, inauguraron una colección de lujo que pasó a la historia por irrepetible: apenas dos mil ejemplares vieron la luz, numerados, impresos en papel hecho a mano y firmados por el propio Rackham, referente fundamental en el ámbito de la ilustración de cuentos infantiles clásicos.













Recuperar a la Cenicienta y a La Bella Durmiente de aquellas ediciones originales ha sido posible gracias a sus ejemplares número diecinueve y setenta y dos, respectivamente (cifras que, casualmente, coinciden con el día de nacimiento de Rackham y los años que vivió). A partir de estos ejemplares hemos reproducido el hipnótico mundo ilustrado de Rackham, el vivísimo baile de sombras que nos transporta a lujosos palacios e ilumina sus estancias, un elenco de siluetas que como sombras chinescas desfilan ante el lector, recordándole las formas renacentistas de belleza idealizada.













Este rescate editorial no solo integra los dos volúmenes clásicos en un único estuche sino que además incorpora prólogos inéditos a ambos relatos. A cargo del especialista Antonio Rodríguez Almodóvar (Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 2005), estos textos despliegan una relectura crítica de los valores tradicionales que se desprenden de las versiones de Evans. En ellos, Rodríguez Almodóvar pasa por la destrucción de los paradigmas patriarcales y la reconsideración de los afectos familiares, y al mismo tiempo destapa una posible significación simbólica que la tradición oral habría ido perdiendo en sus múltiples narraciones: la de Cenicienta como relato cifrado contra el incesto, y la de La Bella Durmiente como metáfora de la superación del matrimonio concertado y del descubrimiento de la nueva libertad de amar.














Las numerosas versiones que de Cenicienta y La Bella Durmiente han llegado a niños y mayores, en todos los rincones del planeta, atestiguan su universalidad e importancia en la literatura clásica. Había una vez un rey y una reina, y también un noble caballero, a los que Rackham hizo imperecederos, y que ahora acogemos en nuestro catálogo.
















Traducción: Elena del Amo
Estuche de dos volúmenes en cartoné encuadernado en tela
ISBN: 978-84-9432-842-8
Vol. I: Cenicienta
18 x 24 cm; 128 pp.
ISBN: 978-84-9429-189-0
Vol. II: La Bella Durmiente 18 x 24 cm; 120 pp.
ISBN: 978-84-9429-188-3
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11 de mayo de 2015

Los diarios de Adán y Eva. Nueva edición

Mark Twain














Francisco Meléndez

«Toda la semana lo seguí y traté de entablar relaciones con él. Yo soy la que tuvo que hablar, porque él es tímido, pero no me importa. Parecía complacido de tenerme alrededor, y usé el sociable “nosotros” varias veces, porque él parecía halagado de verse incluido».




Al cumplirse en 2010 cien años de la muerte de Mark Twain, Libros del Zorro Rojo publicó una edición especial de Los diarios de Adán y Eva iluminada por el legendario dibujante Francisco Meléndez, figura esencial de la ilustración contemporánea en España; esta obra ahora se reedita para disfrute de los lectores en un nuevo formato. 























Desde su publicación original en 1906, Los diarios de Adán y Eva no han perdido vigencia. Su pervivencia radica en una poderosa combinación de humor y ternura: una gracia construida a base de finas ironías, un candor que recrea las más primitivas ingenuidades.



















Los contrapuntos se suceden, por ejemplo: 

Diario de Adán:
«Esta nueva criatura de pelo largo se entromete bastante. Siempre está merodeando y me sigue a todas partes. Eso no me gusta; no estoy habituado a la compañía. Preferiría que se quedara con los otros animales. Hoy está nublado, hay viento del este; creo que tendremos lluvia… ¿Tendremos? ¿Nosotros? ¿De dónde saqué esa palabra…? Ahora lo recuerdo: la usa la nueva criatura».

Diario de Eva: 
«Toda la semana lo seguí y traté de entablar relaciones con él. Yo soy la que tuvo que hablar, porque él es tímido, pero no me importa. Parecía complacido de tenerme alrededor, y usé el sociable "nosotros" varias veces, porque él parecía halagado de verse incluido».

























Para Twain, Eva es la encargada de dar nombre a las cosas, y este hecho la impone como la intelectual de la pareja. Adán, en tanto, presiente y se resigna a sus límites («La nueva criatura le da un nombre a todo lo que aparece antes de que yo pueda protestar»); ocupado más en la contemplación y ambicionando la quietud, discurre sus días en la preparación de refugios, en la obtención de alimentos, o previendo catástrofes («Ella dice que la serpiente le aconseja probar el fruto de ese árbol y dice que el resultado será una noble, bella y grandiosa educación […]. Le aconsejé que se mantuviera alejada del árbol. Dijo que no lo haría. Preveo problemas. Emigraré».)

La paternidad propicia en él nuevas incertidumbres: 
«Le pusimos de nombre Caín. Ella lo recogió mientras yo estaba cazando en la ribera norte del Erie; lo recogió en el bosque, a una dos millas de nuestro refugio […]. La diferencia de tamaño lleva a la conclusión de que se trata de una nueva y diferente clase de animal, quizás un pez».






















Al tiempo que Eva realiza otros hallazgos de promisoria utilidad:
«Él vino corriendo, y se detuvo y observó, y no dijo una sola palabra durante varios minutos. Luego preguntó qué era. Ay, no convenía que hiciera esa pregunta tan directa. Yo tenía que responder, y eso hice. Dije que era fuego. […] Después de una pausa, preguntó:
—¿Cómo se produjo?
Otra pregunta directa, y también tenía que tener una respuesta directa.
—Yo lo hice.
El fuego estaba viajando más y más lejos. Él llegó hasta el borde del sitio quemado, se quedó mirando y dijo:
–¿Qué es esto?
—Carbones.
Entonces levantó uno para examinarlo, pero cambió de parecer».























Como señala María Caballero Wangüemert, en Los diarios de Adán y Eva,  «Twain invierte el relato bíblico donde el varón organiza la creación y nombra a los seres a imagen y semejanza divina. La mujer ha tomado el poder; Twain acusa el sufragismo norteamericano del XIX, se mueve desde los parámetros patriarcales pero, como varón, asume las incipientes críticas a la futura revolución femenina».






















«Un texto –escribió Borges– es también lo que el tiempo hace de él». Leídos a más de un siglo, estos diarios del paraíso brillan aún por el ingenio de su humor incombustible.



Tamaño: 14,5 x 21,5 cm; 80 pp.; rústica con solapas
ISBN: 9788494328459