27 de octubre de 2015

La trilogía de Nueva York

Paul Auster
Tom Burns (Ilustraciones)















«Existimos para nosotros mismos, quizá, y a veces incluso vislumbramos quiénes somos, pero al final nunca podemos estar seguros, y mientras nuestras vidas continúan, nos volvemos cada vez más opacos para nosotros mismos, más y más conscientes de nuestra propia incoherencia. Nadie puede cruzar la linde que le separa de otro por la sencilla razón de que nadie puede tener acceso a sí mismo».

La aparición en 1987 de La trilogía de Nueva York marcó un nuevo punto de partida para la novela norteamericana. Considerada por la crítica como la obra consagratoria de Paul Auster, esta relectura experimental de la novela negra es el cimiento de su universo literario. Con una prosa elegante y depurada, labrada a partir de su poesía, engarza las piezas fundamentales de su escritura: la contingencia, la identidad y el interés por la exploración de la memoria.





















En conjunto, los tres relatos —«Ciudad de cristal», «Fantasmas» y «La habitación cerrada»— articulan una reflexión especular en torno a la creación literaria, la naturaleza del escritor y la confiabilidad de la voz narrativa, que expandirá sus raíces hacia su producción posterior.


Traducción: Maribel De Juan
Tamaño: 16 x 27 cm; 272 pp.; Cartoné con sobrecubierta
ISBN: 978-84-944375-0-2
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Paul Auster

Nueva Jersey, 1947













«Toda vida es inexplicable —escribe Paul Auster—. Por muchos hechos que se cuenten, por muchos datos que se muestren, lo esencial se resiste a ser contado.» Y, sin embargo, su condición de narrador quizá pueda explicarse a partir de La invención de la soledad (1982). El padre de Auster había muerto y atrás quedaban sus traducciones del francés, sus poemas como «puños cerrados», sus obras entre bambalinas como «negro» literario y sus estudios de literatura francesa, italiana e inglesa en la Universidad de Columbia. De su quehacer lírico había nacido una prosa elegante y depurada. La trilogía de Nueva York (1987) fue su obra consagratoria. En ella, el azar lleva a los protagonistas a asumir distintas identidades dentro de una compleja arquitectura narrativa de espejismos metaficcionales, una pesadilla urbana teñida de enfermedad, locura y fracaso. El Palacio de la Luna (1989) y Leviatán (1992), ganadora del Premio Médicis, son otras de sus obras más destacadas. En 2006 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras como reconocimiento a la renovación literaria que supuso la unión de las tradiciones norteamericana y europea. Para Auster, las palabras del célebre dramaturgo Peter Brook bien podrían definir la aspiración final de su obra: que posea a un tiempo «la intimidad de lo cotidiano y la distancia del mito, porque sin cercanía no es posible el sentimiento y sin distancia es imposible el asombro».

Tom Burns

York, Inglaterra, 1979














Desde que finalizó sus estudios de bellas artes en la Universidad de Kingston, el lenguaje visual de este joven ilustrador británico ha experimentado una notable evolución. En su proceso creativo, Tom Burns combina el uso de la fotografía y la pintura con diferentes técnicas digitales y de estampación. La versatilidad de su obra se extiende sobre los ámbitos de la publicidad, del diseño y de la ilustración editorial. Ha colaborado con distintas revistas y periódicos de Gran Bretaña y los Estados Unidos, entre los que destacan CNN, Boston Globe, The Financial Times y The Guardian. Además, ha desarrollado proyectos editoriales para The Folio Society. Entre los numerosos galardones que ha recibido por su trabajo de ilustración para La trilogía de Nueva York destaca el Premio de Oro, concedido por la Asociación de Ilustradores británica en 2008, y el Premio V&A al Mejor Libro Ilustrado, otorgado en 2009 por el Museo Nacional de Arte y Diseño de Londres. La crítica alabó el modo en que sus imágenes realzan «el retrato de la gran ciudad como un lugar de pérdida, un mundo incomprensible que se revela como la verdadera naturaleza de la existencia».

Asalto a las panaderías

Haruki Murakami















Kat Menschik (Ilustraciones)



«Cuchillo en mano, avanzamos por la calle a paso lento. Igual que en Solo ante el peligro. Los proscritos que van a enfrentarse a Gary Cooper. A medida que nos acercábamos aumentaba el olor del pan horneándose. cuanto más intenso era el olor, más se inclinaba la pendiente que nos conducía al mal…».





















Una noche, muy tarde, acosada por un repentino ataque de hambre, una pareja que apenas ha empezado a convivir y casi no tiene comida en casa decide salir a buscar un restaurante abierto donde poder saciarse. El hombre confiesa a su compañera que ya ha sufrido otro episodio similar en el pasado, resuelto con el asalto a una panadería, donde él y un amigo de la época pudieron comer pan hasta hartarse a cambio de recibir una imprecisa maldición y escuchar sin ganas la música preferida del panadero, fanático de Wagner. Desaforada, la pareja cede a la presión del hambre y sale a la noche de Tokio armada con una vieja escopeta, buscando el olor a pan.






















Esta historia, «Asaltar de nuevo la panadería», fue llevada al cine en 2010 por el mexicano Carlos Cuarón (The Second Bakery Attack, corto de diez minutos con Kirsten Dunst, Lucas Akoskin, Brian Geraghty y Sherry Gordon).

Traducción: Lourdes Porta


Tamaño: 16,5 x 24 cm; 64 pp.; Cartoné con sobrecubierta
ISBN: 978-84-944160-7-1

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La metamorfosis

Edición especial centenario

Franz Kafka



Luis Scafati (Ilustraciones)

















«Una mañana, al despertar de un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se encontró en la cama transformado en un insecto monstruoso. Estaba acostado sobre la espalda, que era dura, como acorazada, y levantando un poco la cabeza pudo ver su vientre convexo, color pardo, dividido por unos arcos rígidos; la manta había resbalado sobre esa superficie y solo una punta lo cubría todavía. Sus patas numerosas, de una delgadez lamentable en relación con el volumen del cuerpo, se agitaban frente a sus ojos».


















Así comienza una de las ficciones más célebres de la literatura del siglo XX. Pieza clave dentro de su producción literaria, La metamorfosis es una vasta y vívida pesadilla donde gravita una intensidad ejemplar. Las ilustraciones del gran artista argentino Luis Scafati recrean admirablemente los peculiares ambientes y tortuosos personajes de este relato, invitando al lector a una aventura memorable. 


















Con motivo del centenario de su publicación, Libros del Zorro Rojo ofrece esta edición especial que, merced a su presentación, añade un valor singular a la traducción de César Aira y las ilustraciones de Luis Scafati. Su trabajo sobre este clásico ha sido objeto de varias exposiciones en Latinoamérica y Europa que lo han reconocido como una de las mejores interpretaciones gráficas realizadas sobre la angustiosa historia de Gregor Samsa. Desde su aparición en Libros del Zorro Rojo, se ha traducido y publicado en numerosos países de Europa y Asia; ahora, con esta nueva edición, queremos rendir homenaje al escritor «cuyo mundo —en palabras del crítico alemán Walter Benjamin— es un teatro universal».

Traducción: César Aira
Tamaño: 20,5 x 30,5 cm;
Cartoné encuadernado en tela con funda
ISBN: 978-84-944160-6-4
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22 de octubre de 2015

Robinson Crusoe

Daniel Defoe 














Carybé (Ilustraciones)





















«Cierta mañana, a eso del mediodía, yendo a visitar mi bote, me sentí grandemente sorprendido al descubrir en la costa la huella de un pie descalzo que se marcaba con toda claridad en la arena. Me quedé como fulminado por el rayo, o como en presencia de una aparición. Escuché, recorriendo con la mirada en torno mío; nada oí, nada se dejaba ver. Trepé a tierras más altas para mirar desde allí; anduve por la playa, inspeccionando cada sitio, pero nada encontré como no fuera esa única huella».



Flaco, de ojos grises, nariz aguileña, mentón afilado y con un gran lunar junto a la boca. Así perfila Virginia Woolf la enigmática figura que se esconde tras Robinson Crusoe, Daniel Defoe, quien además de polémico escritor, fue un pésimo negociante y un espía de lealtades cambiantes. En la primera edición del libro, impreso en Londres el año 1719, ni siquiera aparecía como autor en la cubierta: debía entenderse como un libro de memorias redactado por el propio náufrago.


















Escrita en una época en que la literatura de aventuras perseguía un objetivo moralizante, la obra parece estar lejos de ser indiferente a esa exigencia. Así, Robinson Crusoe da forma a la historia de un héroe que podría encajar en el modelo bíblico de desobediencia, castigo, arrepentimiento y liberación; por eso consideró, en palabras de Italo Calvino, «la Biblia de las virtudes mercantiles, la epopeya de la iniciativa individual». Sin embargo, aún hoy la moraleja resulta ambigua: pese a que en las primeras páginas el padre de Robinson le recomienda encarecidamente que olvide su desatinado afán de navegar y se haga cargo de los negocios familiares, su desobediencia le conduce tras un angustiado periplo a la riqueza y buenaventura.


















A partir de una realidad histórica, pues era costumbre en la época abandonar a su suerte a un navegante en una isla desierta por razones disciplinarias, y de la experiencia real del náufrago Alexander Selkirk, nació Robinson Crusoe, la obra literaria más leída durante el siglo XIX. En 1902, cuando Georges Méliès la llevó al cine, trascendió la literatura por primera vez, a la que seguirían muchas otras adaptaciones. Así, la obra de Defoe «poeta de la paciente lucha del hombre con la materia, de la humildad, dificultad y grandeza del hacer» había nacido un arquetipo de la literatura universal.



















En 1945 la editorial Viau dio al mundo una edición excepcional de Robinson Crusoe que contó con una primera tirada limitada de ochocientos ejemplares. La obra de Daniel Defoe, padre de la novela inglesa, se unía para siempre a la primera traducción literaria de uno de los mejores escritores latinoamericanos de todos los tiempos, Julio Cortázar, quien ya venía traduciendo desde 1937 para la revista Leoplán. Ambas, además, se enlazaban a la obra del consagrado artista argentino-brasileño Héctor Julio Páride Bernabó o Carybé, que a más de setenta ilustraciones en blanco y negro sumó nueve láminas a color que dotaron de un valor único a la edición.

















Como Robinson, que solamente logró encontrar sosiego en aquella isla su isla, Carybé, nacido en Argentina descubrió en Bahía, en su caudal inmemorial, el único terreno posible donde labrar su identidad.


Traducción: Julio Cortázar
Tamaño: 18 x 24 cm; 592 pp.; Cartoné con lomo suizo
ISBN: 978-84-944160-4-0
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Daniel Defoe

Londres, 1660 - 1731













La misma fatalidad que guió los pasos de Robinson Crusoe puede entreverse en los inciertos vericuetos por los que transcurrió la vida de Daniel Defoe: fue un pésimo negociante, un polémico escritor y un espía de lealtades cambiantes. Abandonó la carrera eclesiástica que su padre le había encomendado para dedicarse al comercio y realizar frecuentes viajes por Europa. Tras fracasar en los negocios —tan variopintas fueron sus inversiones como desmesuradas sus deudas—, estuvo a cargo de su propio periódico. A los sesenta años publicó su primera obra de ficción, Robinson Crusoe, que escribió en apenas dos meses. Basada en la historia real del náufrago Alexander Selkirk, fue la segunda obra más leída durante el siglo XIX (después de la Biblia). Admirado por Edgar Allan Poe y Virginia Woolf, Defoe es, para James Joyce, «el primer autor inglés que crea sin modelos literarios, sin adaptar las obras extranjeras», y por ende, el padre de la novela inglesa. Cuando regresó a Inglaterra —sueña Jorge Luis Borges— Selkirk (o Robinson) no podía olvidar aquel otro «yo» que se había quedado en la isla desierta: «¿Y cómo haré para que ese otro sepa / que estoy aquí, salvado, entre mi gente?».

Carybé

Buenos Aires, 1911 - Salvador de Bahía, 1997













La trayectoria estética y vital de Héctor Julio Páride Bernabó estuvo siempre marcada por un afán indagador y peregrino. Tras cursar bellas artes en Río de Janeiro, regresó a Buenos Aires, donde coincidió con Julio Cortázar en El Diario. Allí se unió al Grupo de Salta, cuyos integrantes orientaban su mirada artística hacia las culturas indígenas y afroamericanas. Carybé, que ya había perdido entonces todo interés hacia las experimentaciones vanguardistas, comenzó a viajar por Sudamérica —recorrió la selva del Chaco, Bolivia y Perú— y a reconocerse en un modo de ser más autóctono, caracterizado por la veneración de la madre tierra y la trascendencia del carnaval. Sin embargo, fue en Bahía (Brasil) donde se embebió en todo un torrente de cultos, tradiciones y legados artísticos que encauzó hacia su propia creación y que asumió como parte de su identidad. Enamorado de sus paisajes y sus gentes desde su primera visita en 1938, a los cuarenta años se radicó en Salvador, donde, en palabras de Jorge Amado, «echó raíces tan hondas como ningún ciudadano allí nacido y amamantado. Bebió con avidez esa verdad y ese misterio, e hizo de Bahía la carne de su carne y la sangre de su sangre».